El DSM-IV contempla como trastornos
del aprendizaje una serie de dificultades en el aprendizaje de las habilidades
académicas, particularmente lectura,
cálculo y expresión escrita. Las deficiencias evolutivas en la
adquisición o ejecución de habilidades específicas se
suelen hacer evidentes en la niñez, pero con frecuencia tienen consecuencias
importantes en el funcionamiento posterior. Estos trastornos suelen ocurrir
en combinación, y con frecuencia comórbidamente con otros trastornos
psiquiátricos tanto en el individuo como en las familias y en la práctica,
los niños con estos trastornos de aprendizaje son descubiertos de forma
secundaria.
La definición de la mayoría de estos trastornos implica que
un área particular del funcionamiento está deteriorada en relación
con la inteligencia general. Como grupo, estos trastornos están ampliamente
extendidos, englobando del 10 al 15% de la población en edad escolar
(Hales y Yudofsky, 2000).
Los trastornos del aprendizaje
implican déficits en el aprendizaje
y la ejecución de la lectura, la escritura (no la caligrafía
sino la expresión escrita) y el cálculo. Las personas con trastornos
del aprendizaje presentan también normalmente un trastorno de la comunicación
o de las habilidades motoras, quizás otros síntomas de disfunción
cortical, problemas emocionales y motivacionales, o quizá trastornos
psiquiátricos asociados.
Estos trastornos están definidos de manera que quedan excluidos aquellos
individuos cuya lentitud en el aprendizaje queda explicada por falta de oportunidades
educativas, escasa inteligencia, deficiencias motoras o sensoriales (visuales
o auditivas) o problemas neurológicos.
Con frecuencia, el diagnóstico se realiza durante el período
escolar. Durante los primeros años escolares, las habilidades básicas,
atención y motivación construyen pilares para el aprendizaje
subsiguiente. Los deterioros importantes en estas funciones se identifican
en la necesidad de un abordaje precoz.
La etiología de los trastornos del aprendizaje, aunque desconocida,
está presumiblemente relacionada con la maduración lenta, la
disfunción o la lesión cortical o de otras áreas corticales
relacionadas con estas funciones de procesamiento específicas. Sin embargo,
la fuerza de la evidencia directa de anormalidades biológicas o genéticas
varía con los trastornos, y también están implicados claramente
factores no biológicos. No existe razón para asumir que cada
trastorno sea debido a un mecanismo patológico único, y la subtipificación
podrá ser posible a medida que los mecanismos cerebrales implicados
sean mejor comprendidos.
Los criterios del DSM-IV especifican que un
diagnóstico debería
basarse en algo más que en la observación clínica: siempre
que sea posible es esencial evaluar la presencia de un déficit específico
con protocolos de tests estandarizados. Dependiendo del trastorno, pueden resultar
necesarias para el diagnóstico tanto las medidas formales del CI como
las de habilidades específicas.
La evaluación incluye los tests de inteligencia, la valoración
de las capacidades específicas (toda la gama de habilidades académicas,
habla y lenguaje y función motora), y la observación de la conducta
del niño en clase. Normalmente, debe determinarse la calidad de la enseñanza
en la escuela antes de establecer el diagnóstico.
Resultan útiles tanto la valoración neurológica como
la psiquiátrica (teniendo en cuenta especialmente los trastornos de
conducta perturbadores, y trastornos de déficit de atención,
otros trastornos del aprendizaje y la comunicación y la privación
social, los tests de visión y audición, medidas del CI, psicológicas,
neuropsicológicas y educativas (incluyendo la velocidad de lectura,
la comprensión y la ortografía). Se espera que en un futuro las
nuevas técnicas de imagen contribuyan significativamente a la valoración
diagnóstica.
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Los trastornos del aprendizaje deben diferenciarse
de posibles variaciones normales del rendimiento académico, así como
de dificultades escolares debidas a falta de oportunidad, enseñanza
deficiente o factores culturales.
Una audición alterada puede afectar
la capacidad de aprendizaje, debiendo investigarse con pruebas audiométricas
o de agudeza visual. En presencia de estos déficits sensoriales sólo
puede diagnosticarse un trastorno de aprendizaje si las dificultades para
el mismo exceden de las habitualmente asociadas a dicho déficit.
En el retraso mental, las dificultades
de aprendizaje son proporcionales a la afectación general de la capacidad
intelectual. Sin embargo, en algunos casos de RM leve el nivel de aprendizaje
se sitúa significativamente por debajo de los esperados en función
de la escolarización y la gravedad del retraso, en estos casos debe
realizarse un diagnóstico adicional del trastorno de aprendizaje adecuado.
El trastorno disocial puede resultar también
una complicación, pero puede aparecer previamente al fracaso escolar
e incluso en los años de preescolar. Aunque se ha insistido mucho
en el solapamiento emocional resultante de los trastornos del aprendizaje
y de la comunicación, existe un cuerpo de conocimientos creciente
sobre antecedentes y concomitantes neuropsiquiátricos y sociofamiliares
de estos trastornos.
Resulta también esencial evaluar un
posible trastorno afectivo (baja motivación) y otros trastornos psiquiátricos
y neurológicos. Normalmente los tests de percepción sensorial
se obtienen para valorar los posibles deterioros de la visión o de
la audición, que pueden agravar o imitar las manifestaciones de estos
trastornos.
Entre los posibles trastornos que se pueden dar en el niño:
TRASTORNOS DEL HABLA,DEFICIENCIA COGNITIVA
TRASTORNOS DEL LENGUAJE ESCRITO Y DEFICIENCIA AUDITIVA.
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